
ENTRE
MUERTAS Y DESAPARECIDAS, UNAS 400 PERSONAS INMIGRANTES
SE DEJAN LA
VIDA EN LAS
COSTAS DE LAMPEDUSA.
El
tráfico de inmigrantes es uno de los negocios más rentables de los muchos que
nutren esta globalización de la especulación y el delito. Hay otros sectores de
negocio igualmente rentables como el tráfico de drogas, de mujeres y niños, de
armas, de diamantes, la evasión de capitales e impuestos, el trabajo forzoso…
Una parte muy importante del PIB mundial proviene de esa actividades
criminales… luego, respetables bancos, algunos españoles, blanquean esos
dineros para que entren en los circuitos
financieros sin el rojo de la sangre, el sufrimiento y la explotación de
millones y millones de personas.
El
tráfico criminal de inmigrantes afecta a unos 200 millones de personas en el
mundo y se da en todas las latitudes y continentes sin excepción.
En
España, por ser una de las puertas de entrada al “paraíso” europeo, sabemos de
la magnitud del drama. Palabras como “cayuco” o “patera”, o lugares como Ceuta,
Melilla, Canarias, Tarifa, Motril… van asociadas a la esperanza de miles y
miles de personas, africanas sobre todo, y a la muerte de centenares de ellas.
Pero también suenan a hipocresía, desidia y abandono de las autoridades que en
tiempos de bonanza hacían la vista gorda ante la llamada “inmigración ilegal”
para que pudiera ser explotada más fácilmente por empresarios-delincuentes en
nuestros campos, viñedos y construcciones… y, más recientemente, en plena
crisis, no tienen más respuesta que impedir a toda costa que entren, que se
pudran de olvido y marginación los que logran entrar y carta blanca a las
policías para que hagan lo que les plazca ante los inmigrantes en las costas,
en las calles, en los aeropuertos…
En
este marco y con este trasfondo, que son también los europeos, hay que situar
la última oleada de muerte que se ha producido en otra latitud de dolorosísimas
resonancias: Lampedusa, una minúscula isla italiana en el estrecho de Sicilia,
que dista tanto de las costas de ésta como de las de Tunez o Libia.
Una
barcaza ruinosa transportaba unos 500 inmigrantes eritreos y somalíes. A menos
de un kilometro de la costa se produce la avería habitual, el incendio, el
naufragio, la desesperación y la muerte en abundancia, teniendo en cuenta la
profusión de niños, mujeres, embarazadas
no pocas de ellas, pues sabido es que el embarazo facilita la acogida y
complica la expulsión.
La
muerte nuestra de cada día, elevada en este caso a la categoría del horror
extremo al morir unas 400 personas entre las rescatadas muertas y las
desparecidas. Y el horror añadido de que varios pesqueros negaron auxilio a los
inmigrantes, pese a que éstos prendieron fuego para alertar de que se estaban
hundiendo. Y el horror de que la Liga Norte, el partido xenófobo y fascista
aliado a Berlusconi en el gobierno italiano, aproveche para acusar a la
ministra de inmigración, de color negro, de la tragedia. Eso se llama
defenderse con un buen ataque ante las “excusas” de los pescadores de que
socorrer a los inmigrantes naufragos les hubiera supuesto una fuerte sanción
con arreglo a la legislación anti-inmigración que la gentuza de Berlusconi y la
Liga Norte aprobaron en su día… y nadie derogó nunca en Italia.
Todo
incita al vomito y al llanto a la vista de esta tragedia repetida. Y me temo
que incita, también, al olvido de aquí a unos pocos días pues los inmigrantes a
la deseperada sólo son noticia cuando mueren en una cantidad de cierta
significación.

En
aquella ocasión, Francisco denunció una globalización que se olvidó de sentir y
llorar con los más olvidados y excluidos, los inmigrantes. Hace unos días, el
Papa, al leer una declaración durísima contra esta nueva oleada de muerte en
Lampedusa, no pudo evitar salirse del texto para exclamar, con la voz casi
quebrada, “qué vergüenza, qué vergüenza…”
Manuel Zaguirre
ExSecretario
General de la USO
Jubilats-USOC
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